Un niño pequeño, con cara de coliflor (y olor a coliflor) me cortaba las uñas de los pies. Yo no podía moverme. Era vieja y oronda y las abdominales no me daban para tanto. Tenía millones de pliegues, pero ninguno me servía como eje. Una pena.
El niño pequeño acababa siempre agotado. Le pagaba por uña cortada, no por horas, y cada uña llevaba su tiempo. Eran gruesas, mastodónticas, y tenía que hacer mucha fuerza con sus manitas para no caer con ellas al suelo.
Una vez que tenía mucho sueño y pocas ganas, una uña de anular pudo con él y acabó tumbado, todo lo corto que era, con la uña aplastándole el cuello. Por poco se ahoga, alma mía...
Decidí entonces compensarle y le regale una de las más grandes, (del dedo gordo, claro) para que se hiciera un monopatín. Y se lo hizo, vaya si se lo hizo...
Desde entonces todos los niños de mi barrio quieren cortarme las uñas (lo que son las tendencias) y he tenido que levantarme tantas veces a abrir la puerta que he perdido todos los kilos que no me dejaban alcanzármelas por mí misma.
Así son las cosas. Ahora el niño coliflor y yo hemos montando una empresa de skates artesanales. Hay que joderse...
2 comentarios:
Que buena!!
Ahora si que te tengo conectada!
Un besete!
Ei, yo tmb quiero mi monopatín! me dejas que te corte las uñas con los dientes?
XDDD
bonita historia del niño coliflor!
un abracico!
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