Antes de morir preparé mi propia caja. Una caja de zapatos de Elche, de los baratos, forrada con recortes de revistas modernas y pintonas.
Dentro habrá una muela del juicio, un ombligo, un condón y una manta de sofá. La manta ocupará mucho espacio y no cabrá casi nada más.
Fuera se quedarán los besos, los relojes y la tarjeta de crédito. Los besos estarán caducados, los relojes no los necesito y con la tarjeta no puedo ni siquiera sobornar a San Pedro (está chapado a la antigua y sólo admite efectivo).
Cuando me muera me meteré dentro de mi caja. Me arrugaré despacito hasta hacerme pequeña y no se me salgan los pies. Me enrollaré sobre mí misma como una compresa usada y me quedaré quietecita, para no morderme con mi propia muela, ni sacarme un ojo con el ombligo (porque aún muerta, un ombliguerazo molesta).

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