Ante todo pronóstico, no tiene nada que ver con fuerzas hormonales, es más una cuestión de acumulación de tareas pendientes. La rabia me va llenando, primero los pies, luego hasta la cintura, después sube hasta el pecho y finalmente exploto, como un termómetro lleno de mala leche.
Cuando me sube la furia latina no me reconoce ni mi madre, porque se me comprime la cara alrededor de la nariz, en un pliegue compacto. La culpa es de mis nervios, que se tensan como un arco, con la intención de utilizar mi cara como flecha a la primera de cambio.
Cuando me sube la furia latina, luego se me baja. Pero mientras dura se puede sentir un pequeño holocausto nuclear. Si algún día te cruzas conmigo, huye, porque no me gustaría dejarte secuelas inrreversibles, a ti y a tus futuros descendientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario