De desierto en desierto bebiendo arena, no tenía más que barro en las tripas. Una masa inerte y pastosa, que le daba ardor de estómago.
Pero un día empezó a llover, sin haberlo pedido, y lo tenía tan fácil que era sólo mirar hacia arriba y abrir la boca.
Y así el agua la limpió por dentro y le regó los órganos, como un hacer el amor de invernadero.
Desde entonces, quedan en las temporadas húmedas, pero ella se guarda en la entrañas un par de charcos (por si las emergencias).
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