De un vistazo rápido le sintetizó: era un fresco, un canalla.
Sonreía a todo el mundo y a nadie en particular, dejando que su estela de dientes alumbrara el garito. Se movía de un lado a otro, saludando, abriendo la masa con pequeños toques de hombro (a los hombres) y de cintura (a las mujeres).
Disimulaba bastante bien, pero a veces se le escapaban pequeñas miradas furtivas al espejo de detrás de la barra. No podía evitarlo, estaba encantadísimo de conocerse.

Adela seguía mirándole, con una sonrisa de medio lado como diciendo "cuando te coja verás". Y justo entonces él se acercó y le tocó la punta de la nariz
- Si no dejas de mirarme, al final te tendré que cobrar- dijo entre los dientes de su sonrisa.
El pobre no se daba cuenta de que acaba de caer en su propia trampa y que algo mucho peor que la carencia de espejos estaba a punto de avecinarse sobre él.

Ciento veinte palabras y dos cervezas después se estaban morreando. Él estaba encantado y salivaba estupendamente pensando en lo que creía que vendría después. Le besó el cuello y aprovechando la subida le dijo al oído:
-Vente conmigo, voy a llevarte a un sitio genial.
Y como era de esperar se la llevó a su casa y la metió en la cama (previo desnudamiento erótico).

Entonces Adela le deleitó con sus más estudiadas artes amatorias, saltos acrobáticos y demás juegos orales. Él no la miraba, tenía los ojos cerrados y gemía como un animal herido, gemidos in crecendo, que habría dicho un músico.
Cuando él se disponía a vaciarse, Adela se estiró, como un gato cuando se pone alerta.
Estaba subida sobre él, con los ojos telescópicos y negros. Estiró los brazos y los dejó crecer hasta alcanzar el techo. Adela aumentaba, sus piernas, su cuello, y se hacía gigante mientras se preparaba para el ataque. Su cuerpo se transformaba en un tallo monstruoso, de sus extremidades salían hojas y su pelo se compactaba en un rojo infinito formando dos pétalos. Fue entonces cuando él abrió los ojos e intentó gritar, pero ya era tarde, a Adela le habían salido los dientes.
Así fue como aquella noche La Planta consiguió una buena digestión postcoital y el mundo se quedó con un canalla menos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La putada es que murió gozando. Todos los canallas deberían morir sufriendo. O mejor, vivir sufriendo... Ay, me encantan los canallas...