Me encontré una lámpara, una lámpara sin bombillas, como la del cuento, y por si las moscas la froté, como manda la tradición.
En vez de un genio (que hubiera sido lo normal), se vaporó una señora con gafas que llevaba un estropajo mojado en la mano.
-¿Qué ha pasado, niña?-me preguntó intentando ser amable, pero con cara de susto.
- Pues no sé, he frotado y ha aparecido usted, no le puedo decir más.
La mujer entonces estiró el cuello y miró hacia los lados, como buscando cámaras ocultas.
- Pues frotando estaba yo, nena. Así que mira a ver cómo lo haces, pero a mí me mandas a mi casa otra vez, que tengo muchas cosas que hacer-dijo poniéndose chula con todavía medio cuerpo dentro de la lámpara.
Tiré entonces de archivo audiovisual y pensé en todas las películas relacionadas que he visto. Por la cabeza se me pasó la idea de una mutación espacio temporal, una puerta teletransportadora provocada por el frotamiento simultáneo e incluso un fallo en Matrix. Pero lo mío no es la física y decidí hacer lo que cualquiera en mi caso habría pensado, apagar y volver a encender.
Así que agarré fuerte la lámpara y la froté otra vez, con mucha fe.
Para mi sorpresa la lámpara se puso roja, hizo un ruido como de tos y se tragó a la señora de la misma manera que la había escupido.
Dejé aquel cacharro en el suelo, justo donde lo había encontrado y eché a andar. Me dio penita no despedirme de la señora, que se la veía simpática, pero los sucesos paranormales son así, un poco maleducados.
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